Y el infierno mandó a su engendró más espantoso a través de las ondas hertzianas...

En 1993, el metal mundial hervía los cerebros y las conciencias del planeta y del inframundo. Por primera vez en la historia del género musical más odiado y perseguido, todas sus putrefactas vertientes eran letales y con gran credibilidad. El seminal hard rock dejaba atrás su vertiente hair-metal para traer a los mejores, especialmente guitarristas. El thrash y el speed habían demostrado su brutal verdad callejera y Metallica reinaba en este mundo de sombras tenebrosas, aunque otros lobos de la manada aullaban con la misma intensidad decibélica, como Megadeth, Slayer y Anthrax. El metal se hizo más y más extremo, presentandonos a nivel mediatico a sus dos engendros más abominables: el death y el black. Hasta el metal alternativo, fusión de lo maldito con otros abortos sonoros nos reventaba la razón con agrúpaciones tan diversas como Faith No More, Prong y hasta los ferozmente políticos Rage Against the Machine. En México, cloaca del mundo civilizado, donde 70 años de opresión y corrupción sigue devastando generaciones, el metal esclavizó de placer a millones. Para inicios de los noventa, las hordas metaleras estaban listas para tomar el mundo, pero la estupidez y banalidad de los medios, le daban al espalda. La TV y radio le daban la espalda, muertos de medio como aquellas putas destripadas por Jack the Ripper. Pero los negros astros se alinearon y las más tenebrosas profecías se cumplieron. Y en WFM, 96.9, otrora fuente de fresez y música plástica, se abrió como machetazo, la experiencia radiofónica más increíble, subterránea, oscura, pesada, enferma, irreverente, espeluznante, machacante, decibélica, corrosiva y divertida: El Cráneo. El Cráneo no era solamente un programa de radio: era un rito semanal donde el metal con el horror y la pesadilla rasgaban el velo nocturno.