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martes, 29 de mayo de 2012

El (Eterno) Regreso de los No-Muertos Metaleros

Era 1992, año en que nuevamente la era geológica del rock cambiaba para cambiar el mapa mundi musical. El cataclismo provocado por el ataque sonoro y generacional encabezado por Nirvana, sepultaron en un lapso de tres años lo que tardó toda una década en construirse: la era del Metal. Entre la nueva invasión inglesa a Estados Unidos, con misiles lanzados por guerreros de hierro como Judas Priest, Iron Maiden, Ozzy Osbourne y Def Leppard y la llegada al #1 del Billboard del primer elepé de hard rock de la historia (Metal Health de Quiet Riot en 1984) los solos de guitarra y los gritos taladrantes dominaron en sus diversos grados de toxicidad el mercado más grande del mundo -y de ahí, al resto del orbe-. Pero en aquel 1992 con el encumbramiento del grunge y lo alternativo, el metal y todo lo que sonara, oliera, supiera o se viera a algo remotamente parecido, era mandado a la hoguera del mal gusto, lo corriente y lo ridículo. Y el mismo movimiento generó el virus de su primera gran debacle. Grotescamente aderezados con toneladas de maquillaje, spray, spandex y discos pésimos, miles de músicos pasaron de ser súper estrellas a desempleados con peinados ridículos en menos de lo que ejecutaban un veloz solo de guitarra. Y desde entonces , el metal ha peleado guerra de guerrillas en todo el mundo. Ni Al Qaeda y la Mara Salvatrucha tiene un ejército tan vasto, poderoso, leal y dispuesto a todo.

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