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lunes, 19 de abril de 2010

Manuscrito hallado en el lugar del accidente

Manuscrito hallado en el lugar del Accidente



Por: Carlos San Román


Aquí voy otra vez; como hace días, como hace meses, como hace tanto tiempo.
Es lunes, principio de semana laboral y reinicio de la tediosa y abrumadora rutina diaria acabado el solaz esparcimiento y oasis apacible que me significa el fin de semana.


El despertador suena a las 6 a.m. ensordecedor zumbido que penetra mis tímpanos hiriendo mis fibras cerebrales, alterando sin más mis nervios y lo que es más grave, me regresa a esta enloquecedora realidad terrenal y me separa durante 18 horas diarias de ese mi mundo onírico, plagado de toda clase de sueños dulces o de grotescas pesadillas, un universo de infinita bondad y de perversa malignidad.


Soy estudiante de la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Iberoamericana del DF. Escuela llena de gente "bonita", y sobre todo bastante cara. Por eso tuve que trabajar para sostener los estudios, ya que la mesada que recibo de mis padres, que viven en Guadalajara, no alcanza para mucho.


El único trabajo que puede conseguir un provinciano que cursa su primer año de carrera, es el de chofer. Así que tomé un trabajo anunciado en el "Esto” en el cual solicitaban un empleado sin experiencia y con licencia tipo E. Fui a entrevistarme con la persona indicada en unas oficinas ubicadas en Félix Cuevas y Gabriel Mancera. Media hora más tarde era chofer de carrozas fúnebres de Gayosso S. A.


Aunque la naturaleza del trabajo era un poco inusual y un tanto cuanto tétrica, el horario me convenía para proseguir con mis estudios. La paga era buena y sobre todo, los pasajeros eran quietos y silenciosos.


Por el perfil de mi carrera tenía yo un gran respeto por la muerte corpórea y por la elevación del espíritu a otros niveles y por la clase de trabajo fui entendiendo el desasosiego y el dolor mismo representado en los dolientes.


Debo confesar que cuando iba conduciendo la carroza1 me ponía a pensar en la descomposici6n orgánica de la carne, paso a paso, desde el acartonamiento y rigidez corporal, pasando por olores fétidos, hasta la desintegraci6n masiva de tejidos por efecto de la putrefacción o por la acción de gusanos necrófagos. Otros días pensaba en lo que realmente le pasaría al espíritu cuando se viera arrebatado de su forma material y lo divertido que era analizar cómo el hombre a través de las religiones tiene concepciones diferentes, como el cristianismo, su cielo y su infierno, o los antiguos egipcios con su idea de la resurrección, o el viaje que hacen las almas al Ixtlán en los mayas.


Estos pensamientos verdaderamente me absorbían, pero siempre eran cortados de tajo por una sensación extraña, acompañada de una dosis considerable de pánico, al pasar frente a la iglesia ubicada en una de las esquinas que forman Gabriel Mancera y División del Norte. Al principio fue una pequeña sensación de incomodidad que atribuí al nerviosismo natural de mis primeros días como empleado de Gayosso, pero ese sentimiento iba en aumento día a día, haciéndome sentir ostensiblemente turbado y en ocasiones sudores fríos recorrían mi cuerpo y un miedo ancestral se apoderaba de mi cerebro. Pero en cuanto cruzaba esa esquina todo vestigio de alteraci6n desaparecía tan rápido como había llegado. Jamás le di importancia a este acontecimiento y mi vida seguía tan "normal" como antes.


Levantarme temprano, terminar esa serie engorrosa de tareas domésticas, ir a la escuela, lidiar con ineptos y sabelotodos, aguantar injusticias y abusos de poder, partir a una increíblemente triste ocupación sin tener nadie con quien platicar -aunque alguien vaya atrás- y regresar a la pensión que alquilaba por una renta altísima y volver a hacer lo mismo al día siguiente, exactamente lo mismo, además de mi obsesión por la idea y los conceptos de muerte, hizo que mi mente se tornara un poco inestable y que mi imaginación se proyectara a niveles de verdadera preocupación, ya que últimamente había sufrido alucinaciones monstruosas. Mi único consuelo era transportarme a mi mundo de sueños, donde encontraba refugio, donde yo existía realmente.


Pero tal fue mi cambio que hasta mi inaccesible cosmos fue horadado por mis enfermizas proyecciones mentales. Comencé a tener sueños verdaderamente horribles, nauseabundos, como nunca antes.


Muertos vivientes acosándome en cementerios sumergidos en tinieblas perpetuas, horribles cuerpos mutilados emergiendo de la tierra impía para arrastrarme con ellos al fondo del averno, cabezas arrancadas de tajo del cuerpo, gritando y balbuceando mi nombre, mientras escupían coágulos de sangre y pedazos de sus lenguas y manos sin brazos que reptaban sobre sus dedos y se ceñían a mi cuello, tratando de ahorcarme. Éstas eran mis visiones atroces. Pero siempre, invariablemente aparecía un sueno más inquietante, tal vez más consolador en presencia que los anteriores, pero desapacible en esencia. Era tan real que no sabía si en realidad estaba soñando. El sueño consistía en que iba yo en la carroza fúnebre y pasaba en frente de la iglesia antes mencionada, que tanto desasosiego me había causado, pero había algo raro y eso era lo más aterrador, estaba seguro de que iba en la carroza, pero yo no iba al volante ya que el ángulo de visión que tenía de la iglesia era bastante diferente a la que usualmente acostumbraba. Además, aunque yo no me veía, sentía una rigidez asfixiante en todo mi cuerpo. Solamente podía mover la cabeza.


Este sueño como colofón a la galería de horrores inefables era suficiente para que mi mente hubiera enloquecido. Es más, aún no estoy seguro si conservo íntegra mi razón.


Ahora las pesadillas las tengo a la luz del día y más vívidas y aterradoras. Cuando voy conduciendo la carroza, claramente escucho cómo la tapa del ataúd que cargo se abre poco a poco y cómo las atrofiadas articulaciones del cuerpo sin vida rechinan como si se estuvieran incorporando. También me sucede cuando voy a la escuela en el destartalado auto semi compacto que compré con mi sueldo. Soy visitado por esos entes plutónicos que ha creado mi imaginación. ¿Serán reales? ¿O no lo son?


El sueño de la carroza era cada vez más y más real; veía más de cerca la iglesia, reconocía la fachada, recorría el interior, siempre con esa rigidez incómoda, como si estuviera metido en alguna caja oblonga; todo esto en cámara lenta, para que el horror fuera supremo.


Cada vez me da más miedo ir solo al volante de mi auto o de la carroza, estar solo en la universidad o en la funeraria. Cualquier lado es igual, las deidades del mal se aparecen cada vez más aterradoras y amenazantes, pero sobre todo en ese crucero maldito de Gabriel Mancera y División del Norte.


El último ente blasfemo que se materializó en mi pequeño auto fue, primero una pequeña mariposa blanca posada en el parabrisas por dentro en el nivel de mi vista, fue cambiando gradualmente hasta tornarse en un insecto gigante de color negro pardo con vellosidades sobre su asquerosa y viscosa piel cubierta de escamas y verrugas; en ese instante movió sus nauseabundas alas despidiendo un olor a profanación sepulcral, a corrupción de la carne y se adhirió a mi cara, obstruyéndome la visibilidad y no permitiéndome respirar; por suerte pude librarme de aquella monstruosidad justo antes de colisionar con un autobús de pasajeros que transitaba sobre División del Norte. Yo iba sobre Gabriel Mancera.


Esta vez tuve suerte, pero la próxima vez no creo salir bien librado de la visita de ese mensajero del mal. Necesito ayuda. Necesito hacer algo de inmediato.


"Manuscrito hallado en el automóvil vehículo placas 666 ELO que ayer se impactó contra un trailer que circulaba por la 4v. División del Norte esquina con Gabriel Mancera. Al parecer el sedán se pasó la luz roja debido a la falta de visibilidad, ya que declaraciones del chofer del trailer, el auto venía zigzagueando y el conductor traía las manos en la cara. El auto y el tripulante quedaron totalmente destrozados, lo que hizo difícil la tarea de reconocer al individuo. Lo poco que quedaba de su rostro parecía denotar un horror inenarrable, que los forenses atribuyen al esfuerzo que hacía para respirar. El cuerpo fue velado en la iglesia que queda ubicada en las esquinas que forman las calles de G. Mancera y Div. del Norte, testigos mudos del accidente. El cuerpo fue trasladado del hospital del Xoco a la iglesia en la carroza que el difunto tripuló durante cerca de 10 meses. Algo curioso fue lo que comentaron los pocos amigos que conocieron a Carlos y que llevaron en sus hombros el ataúd. Comentaron que al momento de bajar la caja de la carroza y meterla a la iglesia, el ataúd se estremeci6 como si del interior alguien no estuviera de acuerdo en entrar. No se dijo nada más al respecto" La Prensa 30 febrero l985.

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